Mi primer paseo a caballo por la playa con 4 años
A día de hoy os puedo asegurar, que esa sensación de libertad, continúa intacta cada vez que cabalgo por la playa
Me gustaría contaros una de esas cosas, que después de casi 50 años, sigo recordando con mucho cariño, y con el paso de los años, he podido ver claramente como repercutió y afectó a mi vida futura. Es increíble como sensaciones que tienes cuando eres tan pequeñito, quedan intactas en la memoria y esta que os narro es una de ellas.
Nos remostamos a 49 años atrás, el lugar, la playa de “Somo y Loredo” en Santander, que es donde veraneaba de pequeño con mi familia. Recuerdo nítidamente, qué al otro lado de la bahía, justo donde ahora se practica surf, antes se celebraba el derbi de Loredo, que no es otra cosa que carreras de caballos en la playa con la marea baja.
Ese verano, monté por primera vez en la playa a caballo, y la sensación fue tan espectacular, que como os decía anteriormente, la conservo aún en día. De hecho, esa sensación del viento en la cara, de libertad y de naturaleza en estado puro acompañado de mi caballo, fue la primera vez que la sentí, y me encanta repetirla una y otra vez, cuando cabalgo por la playa. Quizás por ello, esa sensación es la que de manera recurrente se ha utilizado en tantos anuncios y películas para transmitir justo lo que ahora os explico, pero creedme, no exagero nada, es así; es PURA LIBERTAD.
Por alguna razón, la vida después de varias décadas me devolvió y regaló esa maravillosa sensación, pero cambio el lugar, justo en la otra punta de la geografía española.
De Somo y Loredo a Conil
De Somo y Loredo en Santander, en el norte de España; a Cádiz, el sur del sur de Andalucía y más al sur de Europa; concretamente en Conil, Vejer y Barbate, que es donde volví a montar a caballo por la playa, recuperando todas esas sensaciones tan maravillosas que experimenté de niño.
Pues os sigo contando, en mi casa siempre tuvimos caballos. Mi padre y mis tíos maternos eran unos enamorados de ellos. Recuerdo perfectamente cuando montaba de pequeñajo con mi abuelo, y recuerdo a la perfección la yegua, se llamaba “Jarana”, ¡qué casualidad!, nombre de un barrio muy cercano a Conil que es donde vivo ahora.
En verano, toda la familia nos íbamos unos días a Santander, porque era de los pocos lugares en España donde se podía montar a caballo en la playa. Recuerdo ese olor del norte a heno; a verde; a vaca; a humedad… olores que creedme, los identificaría en cualquier momento, en cualquier lugar.
Y de repente pasan los años, y una mañana, paseando por la playa del Palmar, que pertenece a Vejer de la Frontera, justo en el pueblo de al lado donde yo vivo (Conil de la Frontera), vi excrementos de caballo en la playa y pensé, “en qué momento los caballos de alguna finca cercana vienen a la playa, y a qué”.
Pasados uno días, me encontraba en el “Gurugú” (chiringuito de la playa de Mangueta), junto con mis hijos, esperando a que llegara la esperada y espectacular puesta de sol, y delante de nosotros de repente aparecieron un grupo de jinetes dirigidos por un hombre.
La suerte, el destino o lo que sea, quiso que conociese a ese hombre y ese hombre me dijo un día que él no podía salir a hacer las rutas de la playa y que necesitaba encontrar a alguien para hacerla, ¿os imagináis el vuelco que le dio a mi corazón? Sin pensármelo un segundo le dije que yo me podía encargar durante una temporada.
Me enganchó tanto, tanto, tanto, que cuando me dijo que ya tenía sustituto para mí pensé, tengo que organizar mi propio negocio de rutas y paseos a caballo por la playa y mejorar lo que ya conozco. Y aquí estamos, disfrutando esas sensaciones de niños y trasmitiéndoselas a otras personas.
Poder montar a caballo en estas playas durante los 10 meses fuera de temporada alta de turismo, es decir de principios de septiembre a finales de junio, es evadirse absolutamente de todo por unos momentos.
El aire, la sal, el mar, la mar, el azul, las olas, el sol y las dunas; el caballo y tú, ¿te imaginas la sinergia de todo en playas vírgenes enormes, blancas dunas, con vegetación entrando en la playa, y la arena plana y dura, cuando baja la marea? Playas como las de Conil y Mangueta, son estupendas para galopar, o simplemente, pasear a caballo.
Con los años he ido incorporado rutas más largas de alrededor de 4 horas de duración, algunas hasta con picnic y paradas en el camino entre vacas retintas.
Además de los románticos paseos a luz de la luna, hay algunas rutas que se pueden convertir en un regalo maravilloso para dar una sorpresa a un ser querido. Algunas de estas sorpresas (paseos a caballos), van acompañadas de tapas y actuación de cantaora con flamenquillo en la arena de la playa.
En función del nivel de equitación (puede ser desde un nivel cero, hasta nivel elevado de experto en cualquier disciplina), y del agrado de cada uno en la forma de montar a caballo, se puede escoger entre las diversas cuadras que hay en la zona.
Hay desde caballos mansos que no andarán si el de adelante no se mueve, hasta un diablo galopando. Caballos de pura raza española y caballos recogidos y salvados por Equinsoul, un centro que recupera y recoge caballos abandonados o maltratados y los reorienta para montarlos por Trafalgar y Zahora, sin filete ni bocado.
También puedes hacer desde una monta totalmente natural, o a la vaquera en silla española, silla inglesa o de Polo. Depende de los gustos de cada uno.
Los guías y los dueños de las diferentes cuadras son gente totalmente diferente los unos de los otros. Los hay que son dueños de un cortijo donde los caballos viven en libertad y están sueltos, y lo habitual entre ellos es la monta natural. Pero como os contaba, hay de todo y serás tú el que elijas qué es lo que más se adapta a tus gustos y personalidad.
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